• 7 de diciembre de 2024

A vueltas con los controladores

Escrito por José María Gruber

{xtypo_dropcap}P{/xtypo_dropcap}oco más de tres semanas y ya nadie habla de la «tragedia» provocada por los controladores aéreos. Sé, como trabajador, jubilado y sindicalista, que ese no debería ser hoy ya el tema de mi preocupación principal, viendo cómo la apisonadora del Gobierno sigue aplastando nuestros derechos. Pero, hay cuestiones de fondo, en torno al tema de los controladores que no debemos perder vista, porque valen para todo momento y circunstancia y no me resisto a ponerlas por escrito.

Muchas han sido las opiniones vertidas sobre el tema. Los portavoces del Gobierno, los primeros, acaparando con su versión todas las emisoras y periódicos. Los controladores, los últimos, por fin, a quienes nadie quería dar voz. Y los medios, como «portavoces» del clamor popular, encauzando (¿manipulando?) la opinión hacia derroteros cómodamente populistas, transmitiendo y corroborando, sin ninguna crítica, las informaciones del Gobierno, y exasperando los ánimos de la población, la mejor manera de conseguir que nadie pusiese un poco de sentido común y seriedad en los análisis.

Mención aparte merecen las opiniones de la llamada izquierda, acomplejada ante el cabreo popular, e incapaz de presentar opiniones serias, profundas y esclarecedoras como cabría esperar, asustada por el miedo a ser «malinterpretada». Muchos miedos en la izquierda. Y, sobre todo, la actitud timorata de los sindicatos UGT y CCOO, limitándose a criticar la declaración del estado de alarma, pero sin entrar en el fondo del problema laboral.

El paso del tiempo, además de contribuir a que se serenen los ánimos, ha dejado claro que la reacción popular ha sido puntual y, sobre todo, superficial (muerto el perro se acabó la rabia), sin ninguna curiosidad por conocer cuáles eran las causas que explicasen con lógica y sentido común, por qué un colectivo, que vive «de puta madre» (según la opinión popular) se lanzó al abismo de la forma que lo hicieron los controladores.

Una de las cuestiones que han quedado en el aire es si los derechos de otros se compran con dinero. O, como preguntaba un periodista de la derecha, ¿a partir de qué nivel de ingresos se pierden todos los derechos? Con el salario mínimo se tendrían, además del de pasar hambre, todos los demás derechos, según la lógica que imperaba en esos días. Con el sueldo de los controladores ninguno. A más sueldo menos derechos. ¿Y con los ingresos que tienen y las jubilaciones que se han puesto Botín y compañía a qué deberían tener derecho? Al menos, a que les manden el ejército a sus bancos para obligarles a dar crédito a las pequeñas empresas y a que congelen el cobro de las hipotecas a aquellos que se han quedado sin ingresos. No es comparable el daño ocasionado por los controladores con la angustia con que estarán viviendo las víctimas de los más de 120.000 desahucios promovidos por los bancos en lo que va de 2010. Esto no escandaliza a nadie. Ningún medio de comunicación ha puesto el grito en el cielo por tanta gente que se ha quedado sin vivienda. Hay, sobre todo, una diferencia fundamental entre Botín y los controladores (además de la diferencia de ingresos). Y es que a Botín no lo pueden despedir, porque es el amo de su «puesto de trabajo» (y del de los demás). No lo olvidemos. Pero a los controladores sí les pueden despedir porque son asalariados. Y hasta se pueden quedar en la calle sin una perra de indemnización tal y como están las leyes y los juzgados.

Otra de las cuestiones es la de la «tragedia» de no poder volar en vacaciones.

Esto tiene su historia.

Primero nos dijeron que teníamos derecho a descansar. Después, que una manera de descansar podría ser viajar. Después nos han dicho que lo importante es viajar, aunque no descansemos. Y, por supuesto, viajar velozmente, para no perder tiempo, aunque acumulemos estrés, porque las vacaciones cada vez nos resultan más cortas y porque cada vez viajamos más lejos. Y, tras ello, se ha montado el gran negocio. Cada vez son más y de más largo recorrido los vuelos que atraviesan el espacio aéreo. Los trenes cada vez tienen que correr más. La demanda aumenta constantemente. El negocio montado entorno a viajar cada vez es más seguro y apetitoso para los inversores.

Para ello ha sido necesario que pilotos, controladores y maquinistas de tren garanticen un buen servicio. Un servicio rápido y seguro, sobre todo. Y, quienes todo lo consiguen con dinero, pensaban que esa garantía se consigue pagándoles bien. Y convirtieron a esos colectivos en toda una «panda de privilegiados»… hasta que ha llegado el momento en que los usuarios, obsesionados con viajar a toda costa, han puesto en segundo plano su seguridad y su necesidad de descanso verdadero, y lo único que exigen es poder viajar, ir muy lejos, llegar, y llegar lo antes posible. Porque, para ello, han planificado al milímetro sus vacaciones, han reservado con la antelación necesaria sus billetes, sus habitaciones de hotel, han programado su ocio, han querido hasta comprar el sol o la nieve, según las aficiones, y llevan muchas noches sin dormir, esperando el feliz día de la partida.

Entonces, cuando toda esta realidad no tiene marcha atrás, cuando el objeto de nuestro deseo se ha hecho dueño de nuestras decisiones, cuando la mercancía gobierna nuestras vidas, como diría el viejo Marx, entonces vienen los buitres de siempre y deciden engordar sus negocios y, para ello, nos utilizan, dejan de lado la seguridad de los usuarios y atacan directamente a los colectivos privilegiados, en este caso los controladores aéreos. Ya no son tan necesarios para el negocio. Es más, sin ellos el negocio sería mayor. Pero, como lo cierto es que no pueden prescindir de ellos, deciden quitarles sus derechos. Pase lo que pase. Aunque se produzca el caos en los aeropuertos. Bastante tienen con lo que ganan. «Dejemos que la gente vaya inocentemente con sus maletas a coger su avión y entonces, sin avisar, sacaremos nuestro decreto».»Me cueste lo que me cueste» diría Zapatero. Y, para eso, tengo a José Blanco. Para poner en bandeja todo este gran negocio a los pies de «los inversores», «los mercados», «los cuarenta empresarios más importantes del país», los que lucen sus tirantes rojos apoltronados en los sofás de la Moncloa.

Y, en todo este tiempo, los controladores se han dejado querer. ¿Y quién no? ¿Quién no ha creído siempre que su trabajo está mal pagado? Y más si la empresa para la que trabajas es un gran negocio. Y Aena dicen que lo es. Por eso quieren venderla. Porque tiene ávidos compradores. Porque no depende de los presupuestos del estado. Porque es mentira que los sueldos de los controladores los paguemos entre todos con nuestros impuestos. Quien los paga es el usuario que no rechista, por cierto, cuando le cobran las tasas que acompañan al billete.

Algunos han afeado que los controladores no se hayan movilizado contra el paro. Lamentablemente es así, pero es difícil encontrar un grupo de trabajadores que hayan ido a la huelga para que su empresa aumente la plantilla. Como mucho, negociaciones para que los despidos no sean «traumáticos» y manifestaciones de solidaridad con los parados.

A quienes seamos conscientes de todo esto nos corresponde el reto de convencer a la mayoría para intentar cambiarlo. Pero no a cualquier precio.

David Laguillo

David Laguillo

https://www.cantabriadiario.com

David Laguillo (Torrelavega, 1975) es un periodista, escritor y fotógrafo español. Desde hace años ha publicado en medios de comunicación de ámbito nacional y local, tanto en publicaciones generalistas como especializadas. Como fotógrafo también ha ilustrado libros y artículos periodísticos. Más información en https://www.davidlaguillo.com/biografia

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