• 26 de abril de 2024

Cine negro (I)

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Por Kilian Cruz-Dunne

El cine, en su corta pero intensa historia, ha ido creando su propio lenguaje. Y aunque la codificación de esta sintaxis cinematográfica ya estaba establecida, principalmente, en los últimos años del cine mudo -mediante la iluminación (una pintura hecha luz), la escala (diversos tipos y tamaños de planos) y la colocación de la cámara respecto a los objetos y personas-, la llegada del cine negro a las salas supuso un revulsivo en la industria de Hollywood que aportó nuevos esquemas al séptimo arte.

Puede afirmarse que el cine negro, nacido después de la Depresión de 1929, condicionado por la situación socio-económico-política de Estados Unidos y también por el impacto popular de los ‘pulps’ (revistas populares norteamericanas de relatos de acción, impresos en papel de pulpa y muy baratas), complementa la historia del país del dólar y la completa a través del western, ya que ambos géneros cinematográficos corresponden a la necesidad de una sociedad muy joven por narrarse a sí misma.

La I Guerra Mundial, la emigración, la Ley Seca, el crack económico de 1929 y el consiguiente desempleo… Después de la enorme liberalización y prosperidad del primer cuarto del siglo XX, estos fueron los condicionantes que marcaban una sociedad donde los bandidos comenzaban a organizarse socialmente, al principio como fuerza represiva de la clase dominante y después como génesis de fulminantes imperios de poder. La década de los treinta es un marco propicio para el repaso histórico en el que predomina el género policíaco de corte realista (se mata en las calles, en los restaurantes…), donde se abandona el tono detectivesco y de investigación (ya no importan tanto las causas como los efectos sociales) y donde el ‘gangster’, el ‘boss’ o el padrino se convierten en péqueños césares (‘Hampa dorada’, de Mervyn LeRoy, 1931).

Todo esto dio como fruto una pérdida de valores en los que imperaba la corrupción (Howard Hawks ofrece una dura visión del delincuente en ‘Scarface, el terror del hampa’, 1932, tal vez uno de los mejores títulos de esta etapa cinematográfica) y se refleja en otro de los análisis más interesantes de esta turbia etapa americana: ‘Los violentos años veinte (1939), de Raoul Walsh. De este modo, nace el antihéroe cinematográfico, un ambiguo personaje de moral dudosa, cuya actuación se mantiene al límite de la ley. Éste, a su vez, está acompañado por la mujer del cine negro, una ‘vamp’ que puede besar y matar al mismo tiempo. Ambos pueblan un mundo resbaladizo, sinuosos, cuyo desarrollo desemboca finalmente en obras de arte como ‘El halcón maltés’ (1941), de John Huston, o ‘El sueño eterno’ (1946), de Howard Hawks.

Pero el género negro está considerado como el más complejo y difícil de delimitar de todos, porque sus fronteras son imprecisas y se funden muchas veces con otros géneros, singularmente con el melodrama. Ejemplo de ello son ‘Alma en suplicio’ (1945), de Michael Curtiz o ‘Que el cielo la juzgue’ (1945), del ahora muy olvidado John M. Stahl. De igual modo, hay que establecer desde el principio una distinción entre cine negro y cine policial. El primero correspondería al producido en Estados Unidos desde los años treinta hasta los sesenta del siglo pasado y se caracteriza por su ambigüedad moral, una voluntad de denuncia social llena de diálogos cínicos y cortantes (al estilo de los empleados por los novelistas Dashiel Hammett y Raymond Chandler en sus obras) la definición de los personajes por su conducta (el ‘behaviorismo’) y una puesta en escena con evidentes influencias del expresionismo alemán de una década atrás. En cambio, el denominado policial sería una especie de cajón de sastre en el que tiene cabida todas las demás formas y tendencias asimilables.

La Depresión de 1929 antes aludida y la posterior llegada a la presidencia de Estados Unidos de Franklin Delano Roosvelt (aquel que comentó: «Siempre que te pregunten si puedes hacer un trabajo, contesta que sí y ponte enseguida a aprender cómo se hace»), con la implantación de su óptima política del New Deal, provocaron dos cambios en el género negro. El primero transformaba al delincuente en un desesperado que recorre las zonas más depauperadas del país atracando bancos (ya no era el integrante de una pandilla urbana de contrabandistas y propietarios en Chicago o Nueva York). El segundo fue que, gracias a las campañas contra la corrupción policial y la formación del FBI a cargo del omnipresente J. Edgar Hoover (su fundador y presidente de 1924 hasta 1972), la figura del agente de la ley como personaje íntegro y de confianza queda asentad en la retina del espectador.

David Laguillo
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David Laguillo

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David Laguillo (Torrelavega, 1975) es un periodista, escritor y fotógrafo español. Desde hace años ha publicado en medios de comunicación de ámbito nacional y local, tanto en publicaciones generalistas como especializadas. Como fotógrafo también ha ilustrado libros y artículos periodísticos. Más información en https://www.davidlaguillo.com/biografia

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