• 25 de abril de 2024

Un siglo lleno de magia (II)

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Por Kilian Cruz-Dunne

{xtypo_dropcap}E{/xtypo_dropcap}l cine sonoro de los años treinta, la censura de la década de los cuarenta y el color de los cincuenta, se suman así a la apatía de los noventa y el 3D de comienzos de siglo, donde el lenguaje del séptimo arte busca salir, sin conseguirlo, de su general adocenamiento y modorra. La única diferencia es que ahora ya no hay tantos escándalos como antes.

Los encarcelamientos de Martin Sheen (violencia doméstica), Mel Gibson (insultos y alcoholismo) o Lindsay Lohan (drogas y alcoholismo), no se pueden comparar con los sucedidos al albur del nacimiento del cine, cuando la sombra de Babilonia se asociaba a la meca del cine: Fatty Arbuckle (violación y asesinato), Errol Flynn (presunta violación), Wallace Reid (drogas), Olive Thomas (suicidio), etc…

Hoy en día las estrellas no quieren ser devoradas por el público y aspiran a tener entrañables vidas familiares y es por ello, entre otras causas, que actualmente las series de televisión se convierten en soporte (y, a veces, impulsor) de la carrera de una estrella: sólo hay que repasar el último reparto de los premios televisivos Emmy para darse cuenta de ello.

Estos chascarrillos y los asuntos serios proporcionan la base para hacer la gran pregunta: ¿hacia dónde se dirige el cine en los próximos años? Evidentemente, pasa por el uso del ordenador como arma de doble filo que ayuda a abaratar costes en la producción pero que, al mismo tiempo, puede hundir en el esquematismo al lenguaje cinematográfico. Ya no existen magos de la pantalla como Murnau, Lubitsch, Hitchcock, Minelli (sólo hay que atisbar los contenidos de los últimos festivales de cine para darse cuenta de ello) que extraigan lo mejor de guionistas inteligentes como Ben Hecht, I.A.L. Diamond, Preston Sturges o Richard Quine.

Sigue siendo cierto lo que proclamó Lenin a los cuatro vientos («de todas las artes, el cine es, para nosotros, la más importante»), pero ahora los productos del cine se acercan a lo que malévolamente decía el magnate Samuel Goldwyn: «es más que magnífica, es mediocre». La historia del cine ha pasado por períodos graves, tanto económicos como artísticos, pero, por fortuna, siempre queda alguien dispuesto a superar (emular ya lo hacen muchos) a Buñuel, Bresson o Dreyer.

La diferencia entre hoy y ayer es que, si bien en el momento de aparecer ‘El cantor de jazz’ (1927), la audiencia demandaba nuevas sensaciones que Hollywood estaba dispuesta a conceder, ahora ese mismo espectador, más maduro y más escéptico, está a merced de las nuevas apuestas que la meca del cine hace sin un norte claro y sin grandes prebostes detrás de la mesa. No hay respuestas claras por parte de un arte que ya tiene más de cien años de antigüedad y al que sólo se le puede rendir homenaje siendo exigente con los productos que se nos ofrecen, independientemente del formato que los acoja (internet, iPad, tabletPC, pantalla grande, televisión, etc).

El cine siempre ha tenido problemas a lo largo de su historia y los de ahora no son nada nuevos. Al igual que parece que cada generación de actores descubre las drogas (lo que cambia es el formato, no lo que se busca con su consumo), cada veinte años el arte capaz de cautivar audiencias millonarias se enfrenta a nuevos puntos de inflexión (hoy el 3D, mañana ¿quién sabe qué?) que le hacen reiventarse y resurgir de sus cenizas. Nada cambia.

David Laguillo
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David Laguillo

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David Laguillo (Torrelavega, 1975) es un periodista, escritor y fotógrafo español. Desde hace años ha publicado en medios de comunicación de ámbito nacional y local, tanto en publicaciones generalistas como especializadas. Como fotógrafo también ha ilustrado libros y artículos periodísticos. Más información en https://www.davidlaguillo.com/biografia

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