El ‘periodismo ciudadano’ no existe
El periodismo es una de las profesiones más degradadas en los últimos tiempos. En buena medida, cualquier sujeto suelto por Internet con una cuenta en Twitter y un blog en Blogspot se cree periodista. Cualquiera se cree capaz de ejercer como periodista.
En una indudable muestra de prepotencia y sobrevaloración de mediocres e inexistentes cualidades, han lanzado al aire la tremenda falacia del «periodismo ciudadano».
Aunque sea camarero, taxista, o cualquier otra digna profesión, este presunto aspirante a periodista vive en la Red una especie de doble vida, cual superhéroe. Su anodina vida diaria se transforma en una excitante falsa profesión de periodista, y a eso lo han dado en llamar «periodismo ciudadano». El periodismo ciudadano no existe, no ha existido nunca.
El periodismo lo realizan los periodistas profesionales. En todo caso, cuando un ciudadano que no es periodista lanza informaciones usando las múltiples herramientas disponibles, estas deben considerarse testimonios, opiniones, o fuentes. Con mayor o menor valor, pero no son información periodística.
Muchas de estas opiniones son puramente personales, otras son falsas, otras son malintencionadas y una pequeña parte, tan solo una pequeña parte, merecen ser diligentemente contrastadas para incorporarse a una información. Son opiniones o testimonios, respetables, pero no se las debe etiquetar como «periodismo ciudadano», ya que en Internet, tan proclive a la inmediatez irreflexiva, no hay lugar para el «contraste», la valoración meditada y los filtros a las informaciones que llegan.
Internet es visceral, inmediato, irreflexivo, sin filtros, comunicación en bruto de la cual es obligatorio separar el trigo de la paja. En Internet hay que trabajar mucho para encontrar la verdad entre tantas toneladas de ruido.
Añadiendo además el grave problema del anonimato o la desconfianza en el emisor del mensaje, de quien en la gran mayoría de ocasiones se desconoce incluso un nombre real, parapetado tras pseudónimos o nombres falsos. Sin un emisor claramente identificado, como periodista o como una empresa editorial que respalda el contenido, el valor de lo que emite este pretendido ‘periodista ciudadano’ tiende a descender, hasta llegar casi a cero. Carece de valor porque el anonimato también resta credibilidad a ese tipo de contenidos.
Si no usamos la expresión «fontanería ciudadana» o «arquitectura ciudadana», tampoco debemos aceptar que la profesión del periodismo sea usurpada por personas sin ninguna cualificación para ejercer de periodistas. Al fin y al cabo, es la credibilidad lo que está en juego.
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